Güiria es un pueblo en el que se han dado cita diferentes grupos humanos: franceses antillanos, españoles, hindúes e indígenas, que han brindado a esta zona del oriente del país, características culturales muy especiales que se aprecian en su arquitectura, su hablar, y por supuesto en su gastronomía.
Hace más de 30 años, preocupada por la depredación ambiental, Rosa Bosh, investigadora y oriunda de Güria, decidió fundar junto a Rosa Pages, Roger Botín, entre otros amigos, la Sociedad Conservacionista de Güiria, para luchar por las mejoras del ambiente, pero este objetivo dio un giro particular: “hayamos que la palabra conservación tiene una connotación muy amplia y dijimos: ¿por qué no vamos por la conservación de las tradiciones y cultura de este pueblo tan rico? La gente emigra en búsqueda de mejores condiciones de vida, los jóvenes se van con las compañías petroleras, y las tradiciones se va con los viejos”, explica Bosh.
“A través de las migraciones del Caribe, ocurridas en el siglo 17 y 18, los inmigrantes, que huía de las revoluciones de Haití, Guadalupe y Martinica nos trajeron su arquitectura – distinta a la del resto del país -, nos trajeron su comida, que también está llena de riquezas culturales de la comida francesa, y además, hablamos distinto, tenemos el dejo oriental pero nuestro español coloquial es producto de la lengua Patois que hablaban nuestros abuelos provenientes del Caribe. Todas esas cosas son inherentes a nuestra personalidad”, señala Rosa.
En este sentido la comida güireña, reconocida por su particular sazón, es producto de los elementos indígenas –de los indios Paragotos–, de la comida francesa antillana y también de la comida hindú –quienes vinieron como mano de obra esclava inglesa, más barata que la esclava africana–. “Sus preparaciones poseen muchas especias: llevan la hoja del guadén, el clavo de olor, la zarrapia, la nuez moscada, la canela, además del curry, el coco, el ají, el papelón, el ron y el chocolate, con pescados, mejillones, chivo, entre otros productos de la zona, muchos de ellos traídos por los mismos inmigrantes que fundaron plantaciones de caña de azúcar, algodón, cacao y coco que le dieron un gran auge a Güiria por la riqueza de sus tierras y su situación geográfica”, indica.
La inquietud de Rosa por la historia viene desde la infancia, cuando escuchaba las historias y cuentos que relataban los adultos, en especial las contadas por su abuelo materno y su tío. “Ellos hablaban sobre historias de la independencia, de las diferentes guerras, sobre Martinica y Guadalupe, y desde pequeña me fue interesando todo esto, y preguntando y preguntando llegué hasta los libros que, por supuesto, me corroboraron todas esas cosas que decían mis abuelos. En las literaturas de Alejo Carpentier y James, así como de otros grandes autores sobre estos temas del Caribe, me he encontrado con tradiciones que veía en mi casa. La tradición oral me enseñó muchoy poco a poco esta tradición la fui relacionando con el método científico de la investigación”.
Con el objetivo entre ceja y ceja del resguardo de sus tradiciones, inició junto a la Sociedad Conservacionista de Güiria, el rescate del Carnaval, tan inherente a este pueblo brincador de su Calipso. Luego empezó a rescatar la comida a través de talleres de cocina liderados por dos señoras que aún manejaban las técnicas tradicionales de los hojaldres y demás sazones lugareñas logrando multiplicar el conocimiento entre otras mujeres.
Gracias a este trabajo, “hoy en día también tenemos un grupo de abuelos `Patois Parlantes´, damos conversatorios, y todo esto nos ha permitido difundir un poco esa cultura oculta que está ubicada al sur de Paria. ¿Por qué oculta? Porque los jacobinos franceses que vinieron y se establecieron ahí, escondiéndose en sus haciendas y plantaciones, ya que eran perseguidos en el siglo 18 en la época de la revolución de Haití, Guadalupe y Martinica por ser muy revolucionarios – se escondían de España y de los franceses contrarios a los jacobinos – ahí se establecieron, ahí vivieron, ahí encontraron paz, encontraron seguridad, nos dejaron sus apellidos, nos legaron su cultura, nos legaron su modo de ser”, destaca la investigadora.
Por: Leonor Pardo / Publicado en “Manguareo” Año 3 – #200 encartado en el Diario Región.