El mercado Lázaro Cárdenas, ubicado en la colonia Del Valle en la ciudad de México, esconde en su interior una aromática y sabrosa sorpresa. Casi en el centro del recinto se ubica el Café Passmar, un pequeño negocio familiar que se ha destacado por el amor con el que tratan el grano para extraer de él uno de los mejores cafés – a mi parecer – de esta ciudad.
Supe de este local el pasado 30 de junio, apenas tenía cuatro días de haber llegado al DF. Había iniciado la búsqueda de departamento para rentar, y en la primera visita que hice, la señora Araceli – la corredora de inmuebles que me atendió – me indicó que el departamento se encontraba a una cuadra del mercado y ahí se ubicaba un café muy famoso, que había salido en varios programas de televisión. “Si te gusta el café seguro te va a gustar ir”, me dijo.
No pude con la curiosidad. No había pasado un día de que haber recibido tan valiosa información para mi paladar cafetero cuando ya estaba frente del mostrador de Passmar pidiendo mi primer capuchino.
Mi experiencia previa con el café mexicano no había sido buena. Cuestión de gustos. Debido a la importante migración italiana que recibiera Venezuela en el pasado, nuestra gastronomía se vio influenciada grandemente por la de esta colonia europea – además de la española y portuguesa -, por lo tanto, el café al que estamos acostumbrados a probar en diversos locales tiene una marcada herencia de aquellas latitudes.
Esta vez, sólo con el aroma del lugar ya me generaba buenas expectativas, sólo se me estaba presentando un problema: el tamaño de la taza. Aquí en general están acostumbrados a un tamaño híper grande para mi estándar – me imagino que esto se debe a la cercanía con EEUU y su tendencia Super Size -. Tardé un rato tratando de pedir un café bastante pequeño, pero que para mi era el aproximado a un “marrón claro grande” caraqueño.
Luego de este problema comunicativo, finalmente comenzaron a preparar mi café. El sonido de la cafetera era un poema, y luego ver al joven colocar sobre el café la leche cremada, e ir elaborando con ella una figura que adornaría al final la taza, era como estar viendo un artista en acción.
Finalmente la prueba de fuego: probar el producto…. Al primer sorbo me enamoré. No solamente era el aroma cautivó mi nariz. En paladar, se notaba el cuerpo del café, el amargor en su punto para mi gusto, y una acidez baja, sabía a tostado no a quemado, percibía además tonos de vainilla y nuez. De verdad un buen café. Debo decirlo, me transportó a una panadería de la Avenida Victoria de Caracas.
Si quieren saber más sobre Café Passmar, les dejo una entrevista que les hicieron para el programa “Aquí nos tocó vivir” del Canal Once.